LA CRUZ DEL SUR

Bibliocleptomanía proverbial

TODOS LOS DATOS que conocemos apuntan a que el español lee poco. Poco o casi nada, aparte de titulares de periódico y algún que otro bestseller pertenecientes, por lo general, a eso que la sociología americana llamaba mass cult. A tal punto ha llegado la pereza lectiva que los editores, al amparo de las facilidades que les ofrece la nueva tecnología, han optado en muchas ocasiones por editar los libros «a demanda», para entendernos, de doscientos en doscientos o así, en evitación de los clásicos almacenajes de libros inútiles. Allá en el primer tercio del siglo XX, Aníbal González trató de combatir esa lacra incluyendo en su diseño de la Plaza de España sevillana unas hornacinas entre los sillones de azulejos cuya base había de servir de anaquel donde, al aire libre de un tiempo que él imaginaba nuevo, a una atractiva biblioteca de uso público, la misma que ahora, inopinadamente, han decidido restituir unos generosos editores al colocar en ellos y al alcance de la mano, nada menos que mil quinientos libros. Pero ¿es posible intentar algo semejante en esta Andalucía nuestra tan poco respetuosa con la propiedad ajena? Los pesimistas hemos ganado esa ingrata apuesta al comprobar que, en efecto, el robo de libros ha sido masivo e inmediato, algo que no debe sorprendernos en una tierra en la que el fraude es noticia diaria y cuyos altos responsables andan enrocados en la defensa mutua y sin la menor intención de acabar con la gran delincuencia. ¿Cómo esperar que un pueblo sometido a ese mal y testigo de tanta impunidad respete una tentación tan provocadora sin echarle mano a lo ajeno?

No debe de ser fácil extirpar de la mentalidad la idea de que un bien sin vigilancia es de suyo una res nullius, una cosa que a nadie pertenece y que queda, en consecuencia, al alcance legítimo de cualquiera. Ahora bien, ¿cómo explicar tanta diligencia, semejante bibliocleptomanía, si me permiten la aglutinación, allí donde el desinterés por la lectura es proverbial, sobre todo en los altos niveles de la vida pública? ¿Vamos a esperar civismo en este puerto de Arrebatacapas que Castillo Solórzano puso en la picota, ya a mediados del XVII, en La garduña sevillana? Creo que los mismos esforzados editores se proponen reponer la dotación libresca con nuevas aportaciones de ejemplares. Dios se lo pague, por poco verosímil que resulte el éxito de la empresa que soñó en su día aquel docto iluminado que fue Aníbal González.

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